Las audaces cabriolas aéreas que realiza el avión roquero (Ptyonoprogne rupestris) comienzan aquí, en un nido hecho de barro y saliva, como el de sus parientes las golondrinas, que alberga a los insaciables polluelos. Este es el lugar donde se observa el incesante ir y venir para cebar esas bocas amarillas como dianas que permanecen escondidas y cerradas hasta que sienten aproximarse a los rápidos padres. Todo dura un par de segundos hasta que los progenitores vuelven a salir a la caza de insectos.
Nido bajo puente, Hoces del Duratón, Segovia (Spain).
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21 de julio de 2014
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